La buena vida lleva bikini y vestido corto con sandalias de colores, también sombrero de paja al despertar, aunque ella prefiere la tarde y las flores para adornar su larga cabellera que se tiñe con los reflejos del mar. Sencillamente, buena vida es tan liviana que baila y no camina, y aferrada a su isla se entrega con los ojos entornados al son de un pedazo de blanca tela que la pende y mece, haciendo de hamaca las veces para dejar su piel por la brisa de Tramontana acariciar. A buena vida le gusta subir a su terracita encalada, donde sin pudores dejarse la tez dorar. Y mientras, silenciosa, espía atenta los acordes que virtuosas manos acarician sirviendo de sentido al flamenco, que bien podría ser el de Paco, pero que con pena no es. Y añora ser menos que buena, algo mejor que mala, y hacer de guitarra para ese alma de desconocido artista con quien dejarse entre dos aguas llevar.
A buena vida le gusta brindar rodeada al atardecer de la Cova, donde hasta de los acantilados se adueña, y hacer del sol su siervo para que muera por rendirse a sus pies. Le gusta la lenta vida que la isla tiende, y ella sola se encandila, si a los ojos le miran al tiempo que el acento menorquín suena con el susurro de la brisa. A buena vida la conquista el buen comer con olor a "caldereta" y "formatge", porque si algo le gustó siempre a buena vida; fue el sabor que los sentidos nubla. Pero hay algo que buena vida no sabe, y es que del verde se pintan sus ojos cuando se refleja y baña en las aguas claras que mezcladas de sal la hacen flotar, mientras ella, empeñada, busca tesoros que todavía no ha sabido encontrar.
S.