A LA SOMBRA DE MIS PALABRAS
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Miedo

9/30/2014

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Miedo a tenerte y pensar en perderte.
Miedo a quererte y no llegar a alcanzarte.
Miedo a que mis piernas se equivoquen de camino.
Miedo a que mis metas lleguen al olvido.
Miedo a despertarme.
Miedo a que ya no estés cuando despierte.
Miedo a tener miedo.
Miedo a salir huyendo.
Miedo a la mentira.
Miedo a sentir ira.
Miedo a congelarme.
Miedo a ser un fraude.
Miedo a elegir y equivocarme.
Miedo al tren que corre y veo pasar sin esperarme.
Miedo a la soledad.
Miedo a que me alcance.
Miedo al tiempo.
Miedo a que te des cuenta de que no soy lo que vendo.
Miedo a desnudarme y que descubras lo que siento.
Miedo a que me beses y todo sea un sueño.
Miedo a nuestro encuentro.
Miedo al penúltimo de mis versos, por si no llega o no es eterno...

S.
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Todo lo que no te dije

9/20/2014

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Todo lo que no te dije, todo lo que me quedó por decir…
 
¡Soy una cobarde, pero tú no te lo merecías! No merecías que me desvelara por ti, y aun así lo conseguías. Y yo, que me siento tan pequeña, tan frágil y tan herida, sigo aquí esperando, bañando mi sangre en saliva. Sacaste lo peor de mí, me ahogué entre nuestras cenizas, y cuando ya no me quedaba aire, volvió a mí el aliento con tu última sonrisa, a pesar de que yo me resistía. No sé si es masoquismo, pero yo aun te siento. Quiero gritar que te odio y, sin embargo, me sale “te quiero”, pero tú ya no me escuchas porque cada día estás más lejos. Me aferro a tu mirada, a aquellas largas pestañas. Me aferro a aquella peca que no tenías y yo dibujaba. Quisiera devorarte, sorberte a lametones y besos. Quisiera enredarme entre tus piernas y dejarte la huella de mis dedos. “Regálame una última noche, no te vayas, yo te quiero…”; esas fueron mis últimas palabras, pero el orgullo las dejó en silencio.
 
S.
"A ojos del infinito, todo orgullo no es más que polvo y ceniza"

– León Tolstói

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Nunca más

9/7/2014

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"Tú ya no me conoces" te gritaba entre lágrimas, sollozos y los nervios a flor de piel. No quería gritar, odiaba hacerlo, sobre todo a ti, pero no supe expresar mis sentimientos de otra forma. Necesitaba que me escucharas y que lo hicieras bien atento porque sentía que ya ni me oías, no sé bien si por falta de interés hacia mí o porque no te convenía hacerlo. 

Lo que había sido algo tan especial durante tres años, se había convertido en una vorágine que nos arrastraba hacia un desfiladero. Me daba miedo caer y sin embargo ansiaba saltar al vacío. Necesitaba volar. En mi cabeza se proyectaba una película, pero esta vez no era de mi vida sino de aquello que quería ser y vivir y que contigo no podía. Fue entonces cuando lo tuve claro, tenía en mis manos la respuesta. Sólo había de enunciarla en voz alta para alcanzar el suficiente valor como para llevarla a cabo. Pero el miedo estaba ahí, mirándome de lejos a los ojos, desafiándome y riéndose a carcajadas, asegurando que no sería capaz de hacerlo. "¿Qué serás tú sin él?"; me susurraba... Y yo... Yo agachaba la mirada y me preguntaba lo mismo sin saber qué contestar.

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Durante mucho tiempo me planteé por qué lo que empieza con una mirada que brilla y lleva como complemento una sonrisa, acaba con los ojos inundados y ausentes de accesorios. No existe moda ni elemento que combine con unos ojos encharcados en lágrimas cuando las lágrimas son causadas por la tristeza, y aquel día yo lo estaba. Pero no era la primera vez, ni si quiera sabía cuándo empezó todo.

Recuerdo cuando te conocí, recuerdo aquella cafetería con olor a café irlandés y te recuerdo a ti detrás de la barra. Me regalaste un trozo de tarta y dibujaste un sombrero en la servilleta de papel que lo acompañaba, ésa en la que dejé la huella de mis labios marcada y que analicé mientras devoraba aquel pedazo. Recuerdo que busqué un bolígrafo en el bolso y le añadí una cara sonriente a aquel sombrero. Semanas después supe que aquel dibujo era tu signo de identidad, fueron tus amigos quienes te pusieron el mote de "Hat" porque te encantaba salir con uno puesto. Aquel día no tenía tiempo y me levanté acelerada de aquella mesa diminuta y redonda, colocada en el fondo de la cafetería que más iba a frecuentar en los próximos días. Dejé el trozo de papel con nuestros dibujos y un "hasta pronto" escrito y me fui escuchando Fleetwood Mac en mi iPad, mientras pensaba en tu sonrisa enmarcada entre hoyuelos. Siempre me encantaron tus hoyuelos, pero el paso del tiempo los desdibujó de tu cara, y con ellos se esfumó tu sonrisa.


Pasamos tres semanas jugando a encontrarnos "casualmente". Yo empecé a tener antojo de tarta, y eso que soy más de salado, mientras tú te interesabas por el ballet que se bailaba en mi escuela cada tarde a las siete. Cuando quisimos darnos cuenta, tú jugabas a borrarme las pecas y yo a enseñarte a bailar. Todo era divertido a tu lado y los sombreros nos quedaban bien a los dos.

Sin embargo, nuestro tercer diciembre se convirtió en un mes helado que acabó congelándonos a nosotros mismos. Tus horarios y los míos no coincidían, tus compañías en el bar no me gustaban, tus celos por mi profesor te desataban y nuestros gustos, lejos de coincidir, nos molestaban. Fue entonces cuando, un lunes después de que trabajaras todo el fin de semana, al escucharte entrar en casa a las seis de la mañana, tras esperarte durante casi siete horas sin poder dormir, cuando me juraste que saldrías a las diez, desperté y habías bebido. No sé quién empezó a reprocharle a quién, pero aquella noche se rompió todo lo que habíamos construido en el mismo instante en el que aquel vaso se precipitó contra el suelo y que por ir descalza me clavé en el pie derecho. Pensé o quisimos pensar que había sido un episodio, fruto del cansancio y de alguna copa de más, y decidimos alargar un estado que acabaría con el peor de los finales.

Aquella tarde hacía la maleta mientras nos echábamos cosas en cara. Cosas que en su momento no nos habían molestado, y que sin embargo aquel día nos servían de cuchillos y trastos arrojadizos que se clavaban en nuestras entrañas de forma mucho más dolorosa que toda la artillería que se dispara y resuena de fondo en cualquier guerra. Porque lo que ninguno sabía es que los fusilados éramos nosotros mismos, que nos traicionábamos disparando desde bandos contrarios.


¿Qué hizo que todo cambiara?, ¿qué nos separó?, pero sobre todo, ¿por qué alargamos tanto aquella muerte que ninguno sabía que se convertiría en realidad?

Tú me pedías que no me fuera, mientras yo metía mis cosas en la maleta. Te dije que no quería nada, ni los Cd's, ni los álbumes de fotos, ni siquiera cada uno de los recuerdos que habíamos traído de nuestros viajes y que ahora decoraban lo que había sido para mí un hogar. Solamente quería salir de allí, bajar corriendo las escaleras y abrir el coche para irme sin mirar atrás. Fue entonces cuando aquel descuido lo convirtió todo en color negro, fue el miedo a mirar atrás lo que hizo que no me detuviera a tiempo y que no pasara por donde debía. Aquel coche me alcanzó como la ola que llega a la orilla y lo arrasa todo sin poder evitarlo. De repente todo fue calma, todo fue sueño, convirtiéndolo todo en oscuridad y silencio... Y sí, fue... porque sin darnos cuenta, mis últimas palabras fueron "tú ya no me conoces", sin saber que, realmente, ya nunca me conocerías.

S.



Fotografías:
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Aquellos días que no eran septiembre...

9/3/2014

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"Advertir la vida mientras se vive, alcanzar a vislumbrar su implacable grandeza, disfrutar del tiempo y de las personas que lo habitan, celebrar la vida y el sueño de vivir, ése es su arte"

- Doménico Cieri Estrada

Fueron días de respirar profundo y sentir con alma y tacto, asociando para siempre los olores de aquellos momentos con los recuerdos. Fueron días de miradas, de atardeceres, de baños en aquellas aguas claras, de helados de todos los sabores pero en especial de menta.

Fueron días largos, de verano. Días en los que la luz lo alumbra todo durante más de doce horas, y que aun así se desvanecen y quedan cortos. Fueron días de caminar con rumbo y sin él, dejando a los pies libres. Fueron días de mirar al firmamento en busca de estrellas y acabar contemplando los lienzos de las nubes, las sombras que ocultaban al sol cuando llegaba, las aves dueñas del cielo.

Días en los que nos dijimos tantas cosas y todas ellas de verdad... Días en los que nos susurramos tanto o más que el primero pero con la convicción del último. Fueron días de sol, también de lluvia, de cansancio y desvelo. De pasión, lecturas y bailes descalzos. Luna resignada que no quiere dejarle paso al sol. Fueron días pero también noches. Fueron tardes y mañanas sin hora, sin relojes de arena que se escapa entre los dedos. Fueron fotografías en color y en blanco y negro, instantes grabados en nuestras retinas y en los poros de la piel que vivió y se arruga con el paso del tiempo, y que cada día aprecio y admiro más por su belleza al comprender que es la tez la única indumentaria y el complemento más puro que vestimos. 

Fueron días de aprendizaje y crecimiento. Fuiste tú mi acompañante, el que me enseñó que no es el lugar, ni si quiera aquellos días acabados, sino la vida que construimos y que todavía nos queda por recorrer juntos y por separado.

S.


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