A LA SOMBRA DE MIS PALABRAS
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A propósito del amor

2/14/2015

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El amor es lo más grande, es lo que mueve el mundo y lo detiene al mismo tiempo. Porque cuando estás enamorado, eres capaz de todo. Es como un salto al vacío sin paracaídas ni red. Es vértigo, son nervios, es locura, es lo contrario al miedo, es felicidad.

    ¿Alguna vez has corrido y tomado impulso para tirarte desde lo más alto de un peñón al mar?

Pues el amor es justo ese instante en el que tus pies se desprenden del suelo, tu vista fija su atención en el fondo del agua clara que se une y mezcla con el azul del cielo en el horizonte, y tu sentido de alerta se activa al mismo tiempo en el que tu adrenalina te extasía y nubla, el miedo y la sobredosis te ensordecen, y tú solamente puedes sonreír. Y al caer, aunque te hayas pegado el planchazo más doloroso de tu vida, sólo quieres repetir. Porque el amor es lo que tiene, que es adictivo, y todos, como ovejas simples de un rebaño que vuelve por el mismo camino, queremos volver a sentir el torbellino que nos arrastra hacia el fondo para después subir a la superficie sin apenas oxígeno y tomar una bocanada fuerte y poderosa con la que poder seguir respirando y vivir.

La vida no está hecha para los salvavidas, la vida está hecha para encontrar los peñones más altos y atrever a tirarse desde ellos sin mirar, y los planchazos, para perfeccionar la técnica.

S. 



Fotografía:
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Escaparate con vistas al mar

2/2/2015

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Me gusta el viento en tu pelo, su juego a volar y despeinarte mientras tú intentas recolocarlo para acabar desistiendo, cansada de perder el tiempo con ese aspecto de loca que te sienta tan divertido. 
Me gusta observar cómo te quedas mirando embobada al sol para dejar de saber quién mira a quién, si tú a él o él a ti. Me gusta porque contornas los ojos cegada por el exceso de luz que tu retina es capaz de soportar hasta acabar cerrándolos relajada bajo sus caricias que calientan y doran tu piel. Siempre dijiste que te retirarías a una playa apartada y serena, de arena blanca y fondo esmeralda, rodeada de pinos donde cobijarse durante la siesta. “La mezcla del olor del mar y los pinos es absolutamente mágica, sencillamente perfecta. Nunca podría vivir sin el olor de los pinos”; decías.
Teníamos veintitantos y nuestros caminos se separaron. Tú tenías demasiados amigos especiales, pero ninguno era yo. Y yo conocí a alguien, pero ella tampoco eras tú. El tiempo pasó deprisa a la vez que nuestras vidas. Años después supe que me echaste de menos al ver que me perdías, yo no dejé de pensar en ti ni uno solo de esos días. Conectábamos en tantas cosas; aficiones, canciones, viajes soñados, gustos… Porque, en definitiva, tu y yo nos gustábamos el uno al otro, aunque nunca nos besamos ni tampoco lo dijimos. Creo que fue miedo a que se rompiera lo poco que teníamos, que para mí ya era bastante. Si aquella noche te hubieras girado tras despedirnos, me habría lanzado al vacío de tus labios, porque estoy convencido de que te habrías apartado. Fue una noche perfecta, tu risa, el color de tus ojos, las conversaciones sobre lo real y nuestros sueños, la música de fondo, el vino; el tuyo blanco, el mío tinto. Quería más pero nunca me atreví a pedirlo… No sé por qué no nos volvimos a ver, probablemente la tensión alcanzó el borde del vaso y ninguno quiso o se atrevió a mojarse. 
Pasaron los años, tú con alguien y yo con otra que seguías sin ser tú. Perdimos la pista, cambiaste de teléfono, de trabajo y de ciudad, y en navidades las cenas de amigos empezaron a ser más aburridas. Pero llegó diciembre, tres años después, y tú seguías llevando aquel abrigo rojo afrancesado que tan bien te sentaba, y entre tanta gente te descubrí mirando aquel escaparate decorado con luces y estrellas navideñas que contenía un antiguo escritorio de despacho lacado en negro. Mi imagen se reflejó en el cristal detrás de ti, mi estatura sobrepasaba la tuya, y sin darte la vuelta sonreíste, mejor dicho, me sonreíste. Hoy ha pasado un año desde entonces, y desde el salón con vistas al mar huelo a pinos mientras retoco el final de mi novela en un escritorio lacado, esta vez en blanco porque según tú el negro ya no está de moda. Te observo, miras el mar de color esmeralda, donde se refleja la luz del sol que te obliga a cerrar los ojos.

S.

"A menudo encontramos nuestro destino por los caminos que tomamos para evitarlo"

                                                                                                                                   – Jean de la Fontaine



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