Tú, sentada con las piernas cruzadas mirando hacia la ventana. Jugueteas con tu pelo que se resbala entre tus dedos como arena de las dunas del desierto del Sáhara.
Cruce de miradas que se pierde entre sonrisas nerviosas.
La mesa del salón está llena de papeles, cartas y facturas de hace más de un mes, una taza vacía con los restos de un café y migas de algún desayuno que, en su día, llevaba sirope de violetas como guarnición.
De fondo, Norah Jones nos ameniza la velada.
Sorbos de vino tinto en nuestras copas que se mezclan sin distinguir cuál es la tuya y cuál la mía.
Tras la ventana, el sol de una tarde de domingo de verano nos vigila y mira indiscreto, analizando cada gesto. La luz te sienta bien, favorece y resalta tus facciones en este juego de sombras que, atrevidas, parecen hacernos compañía sin haberlas invitado a nuestro encuentro.
Suena tu móvil, tú consultas la pantalla. Me pregunto quién podrá ser y procuro controlar mis pensamientos, son entre odiosos e inoportunos, tanto o más que esa, que para mí que es ese, el que te escribe ahora mismo.
Finalmente, me precipito contra ti y te beso. Tú pareces muy tranquila y eso me pone más nervioso.
Me muerdes.
Sonríes.
Te muerdo.
Sonrío y me devuelves la sonrisa con una leve carcajada que me evidencia que no estás tan tranquila como creía pero, para mi desgracia, yo lo estoy todavía menos.
Nuestras lenguas bailan desnudas al son de tu cante de sirena mientras la saliva las baña y calma su sed.
Mis manos que se deslizan por tu cintura, pierden el norte mientras ansían el sur.
Te acaricio, siento tu piel que se eriza bajo mi tacto.
Tu beso en mi nuca.
Mi lengua.
La tuya.
Escalofrío.
Largo escalofrío…
Tu blusa cae al suelo al mismo tiempo que los botones de tus pantalones se me resisten. Voy a exigir a Levis que a partir de ahora sean de corchetes. Odio perder el tiempo y que comprueben que soy un zoquete sin habilidades. Creía que se me daba bien eso de disimular mis limitaciones, pero acabo de comprobar que es un arte que debo perfeccionar.
Sudo.
Sudas.
Sudamos.
Este año el mes de julio no nos está dejando ni respirar.
He perdido de vista mi camiseta por culpa de tus besos en mi cuello. Advierto tus pantalones, están al final de la alfombra, entre la lámpara de pie y el mueble de la televisión, ese que compré en aquella tienda que tanto me gustaba de Malasaña. Que se queden ahí mucho tiempo; pienso.
Tú, yo y mis precipitadas fantasías sobre nuestra piel como única ropa interior… pero tú todavía llevas ese conjunto… negro, sexy, transparente… tanto que me deja intuir todo un mundo de espectáculo, lujuria y otros muchos pecados que ansío probar.
Acabo de encontrar el único complemento que decora tu piel y, para mi desgracia, no soy yo que, aún rodeándote con mis brazos, siento que te escapas sin llegar a ser ni un poquito mía de todo lo que quisiera. Es ese dibujo tuyo que me está volviendo loco. Ahí, colocado justo en esas coordenadas de tu cuerpo… Juego a intentar borrarlo con mis huellas que se ayudan de mi saliva, pero mi falta de habilidades acaba por cerciorarme que no se trata de una calcomanía de esas que te tocan como premio en las bolsas de patatas. Me pregunto cómo el tatuador pudo resistirse y acabar ese dibujo justo en ese punto de tu anatomía… Probablemente no lo hizo… Dejo de pensar. No quiero pensar. Es un asco pensar… sobre todo en tatuadores que ni conozco y ya odio.
Te levantas del sofá y caminas por el pasillo, contoneándote y mirándome de reojo… Mujer inteligente que conoce sus cualidades. Arte de saber usarlas en el momento oportuno, exacto, preciso… Las conoces, las usas. Eso es todo… Por eso, me gustan y gustas tanto.
Resoplo…
El calor me está matando… Uf… ¡Voy a morir de infarto!
Y mientras contemplo embobado esa peca del final de tu espalda, tu sombra se pierde por el pasillo. Persigo tus pasos, tu aroma, tu rastro… y entro en la habitación.
La persiana está subida y el sol me da en la cara de golpe, como un jarro de agua bien fría, como el impacto del mar sobre las rocas…
Te busco.
No hay nadie, no estás… te has ido.
Nunca había odiado tanto al sol, al verano y al buen tiempo… ese que me lleva a la orilla de aquella playa, ese que me hace viajar y enamorarme de nuevos lugares y que hoy, sin embargo, me acaba de despertar al entrar por la ventana. Ese que suena a carcajada, mientras yo aquí en la cama sólo soy un chiste malo con el regusto de la peor de las resacas, de esas que provocan tanto dolor de cabeza como tu imagen en mi almohada…
S.