Nuestra historia bien podría haber sido el guión de una película de amores imposibles, me enamoré como una loca kamikaze a bocajarro. Lo nuestro fue un torbellino de idas y venidas, siempre a medio camino, pero nunca en ningún punto exacto. Si hubiéramos sido una canción, habría sido sin duda de Rock and Roll, con teclado, caja y un largo y rápido solo de guitarra. Porque cuando estábamos juntos lo éramos, éramos sólo uno.
Vivimos destrozando el acelerador. Tres años sin pisar el freno a pesar de nuestras idas y venidas, y así nos fue. Teníamos que acabar tirados, aquello llevaba escrito mucho antes de que todo empezara.
Ha pasado mucho tiempo, cinco años desde entonces. Cinco años en los que jugamos a intentar ser amigos para acabar siendo amantes y después desconocidos. Nos demostramos que era imposible dejarlo todo a un lado, teníamos que olvidarnos. Y tú decidiste que ya no querías verme, que ya no tenías nada que decirme. Así que me fui, me marché.
Pero como era de esperar, el destino y sus caprichos se encargarían de volver a cruzarnos. Te vi, sé que me viste. Quedamos. Hoy hemos conseguido poder estar juntos y que la tensión no nos corte a nosotros mismos, pero no puedo evitar seguir pensando en ti y sonreír. Todavía recuerdo nuestras locuras, tus visitas furtivas, las llamadas a las tantas, tu tatuaje, tu forma de mirarme, las noches de verano, tu olor. Fue tan bonito y divertido estar a tu lado como doloroso el separarnos. Durante mucho tiempo llegué a creer que nunca te olvidaría, que eras una droga para mí.
Aun así no cambiaría nada de aquella historia, porque en parte soy lo que soy gracias a ella. Tú me enseñaste que por amor merece la pena dejarse llevar hasta perder el control. Contigo aprendí que amar puede llegar a doler mucho, pero que cuando el dolor supera al amor, es mejor dejarlo.
S.
S.