Estaba cansada de hacer lo de siempre, así que se decidió a hacer lo de nunca. Se atrevió a andar con tacones y paso firme, nada de ir de puntillas y sin hacer ruido. Eran las diez de la noche, un poco tarde para cambiar de hábitos; pensaba. Pero recordó que ya no se soportaba y que los cambios no entienden de horarios, simplemente suceden.
Consultó la hora, eran las diez y dos minutos, pero estaba decidida. Sabía perfectamente cómo se sentía, exactamente qué era lo que sentía. Así que se vistió deprisa y se enfundó en su abrigo, bufanda y guantes, se pintó los labios y repasó su imagen en el espejo de la entrada.
Hacía frío, pero no era excusa para quedarse en casa y, decidida, bajó por las escaleras. Al salir del portal vio cómo perdía el autobús, creyó que era una señal, pero aquella idea se esfumó. Su repentina valentía la echó a patadas a la vez que andaba por las calles de la ciudad. El sonido de sus tacones la acompañaba, siempre le había gustado pasear. Se lo tomó como una oportunidad para pensar bien lo que por fin iba a decir.
Aquel día se sentía especialmente atractiva, ella lo era, a pesar de que se lo creía poco. Estaba nerviosa, las manos le sudaban dentro de los guantes a medida que se acercaba a su destino. Llamó a la puerta, pero nadie contestó. Otra vez esas señales negativas, infaustas e impertinentes. Quiso insistir tres veces más, pero todo siguió igual, no había nadie. Y se decidió a marcharse, consumida, sintiéndose como la última calada de un cigarro que se apaga solo, y echó a andar.
Cuando de repente, escuchó su nombre entre interrogantes pronunciado por aquella voz. Ella se giró y no supo qué decir, sólo era capaz de mirarle fijamente, sin pestañear. Se acercaron tanto que ella se atrevió a besarle lentamente, suave, apenas rozando sus labios. Cerró los ojos durante cinco segundos escasos, el tiempo que duró aquel beso, y se sintió viva y feliz consigo misma por primera vez en tanto tiempo. Ella los abrió primero y pudo contemplar los suyos cerrados también, eso la hizo feliz, y entonces se quedó en silencio, tranquila. Sus palabras se quedaron mudas durante un instante mientras sus miradas conectadas hablaban entre sí, cuando ella le susurró de frente: “No digas nada. Por primera vez déjame ser la que hable, aunque sea sin palabras, solamente necesitaba que lo supieras”. Él sonreía al mismo tiempo que ella se marchaba. No dijo nada, se quedó mirando su manera de caminar alejándose, pero sus sonrisas seguían intactas.
S.
S.