Fue el silencio el que lo rompió todo en mil añicos. Allí, en aquel lugar ante el sonido ausente, eterno y oscuro. Y sin embargo, fue el mutismo el que sonó como un edificio que se desploma, a pesar de todo lo que albergaba en él. Aquel silencio que sin decir nada, lo dijo todo. Ese que no gastó palabra y cuyo mensaje fue rotundo, contundente, arrasador y sombrío en aquella mañana de marzo. Ese que dibujó en el aire las más tristes imágenes de dos espectros del pasado, las sombras de las lágrimas que a punto estaban de recorrer los surcos de la piel y los senderos de lo que, a partir de aquel entonces, serían dos y no uno los caminos que tomarían nuestras vidas. Aquel silencio no gastó palabra, pero lo dijo todo, colocando bruscamente las letras que marcan el “fin” de un cortometraje en blanco y negro, de una historia que había comenzado hacía ya seis años, un cuarto de mi vida y un quinto de la tuya.
Aquel silencio no fue voluntario, juro que no lo fue, pero la voz quiso abandonarme en ese instante. Te quise. Te quise como nunca antes había querido a nadie, pero a veces el amor no es suficiente. No era capaz de seguir, de mirar hacia el futuro y verte, de vernos… Sentí miedo, pero a la vez alivio de saberme libre y dueña de un nuevo capítulo, del tintero lleno. Volver a empezar me hace sentir soberana y ganarle tiempo al tiempo para obviar el compromiso, el “para siempre”. “Toda la vida” es mucho tiempo, demasiado… No me guardes rencor, no podía hacer otra cosa, y si podía, tampoco supe hacerlo mejor. Sé que huí, que no dije nada y, a pesar de ello, tú lo entendiste todo. Necesitaba marcharme de tu lado, necesitaba echar a correr. Tampoco te engañé nunca, “se trata de mi naturaleza”; te advertí desde el primer día. “Llegará el momento en el que echaré a correr”; te dije y, a pesar de negarte a ti mismo, así lo estoy haciendo. Mi compromiso tiene fecha de caducidad no escrita en el dorso, pero la tiene. Por ello, supe que desaparecería y no podría darte motivos, pero que me iría lejos para empezar de cero.
No significa que no te quiera, tampoco intento eximir mi culpa, simplemente soy como soy. No puedo ser de nadie, ni puedo, ni quiero, como tampoco quiero que nadie lo sea para mí. Espero que perdones todas mis palabras, aquellas que dije entre líneas y, sobre todo, las que no fui capaz de pronunciar. Siento haber hecho la maleta y haberme llevado parte de ti en ella, parte de tu olor en mis jerséis, de tu voz en aquellas cartas y de tu tacto entre mis manos que aun te recuerdan. Siento haber sabido lo que tenía y que, aun así, mi cobardía ganara sobre el amor. Olvídame pronto, recuerda nuestras sonrisas y prométeme que seguirás jugando a apostar “todo o nada” al amor que más te haga perder la razón. Yo, por mi parte, seguiré perdiéndome. Algunos lo llaman miedo al compromiso, yo más bien creo que es necesidad, necesidad de protegerme del daño. Siento no haber sabido darlo o entregarlo todo de mí, pero implicarse al cien por cien esconde una letra muy pequeña en el contrato que te arrastra a un precipicio que augura el dolor más profundo a sufrir por la otra persona ,y mi hipermetropía no me permite leer a tan escasa escala, pero sí vislumbrar perfectamente la altura a la que nos encontrábamos. Siento ser así y que tú hayas sido mi billete de cambio, una vez más, a la libertad. Siento no haber apostado toda la baraja por ti, creo que cuando tuve en mi poder el as de corazones, supe que debía levantarme de la mesa para dejar el juego sin mostrarte mi hazaña. Quién sabe si nos encontraremos de nuevo, o si alguien será capaz de encontrarme a mí y yo de quedarme a su lado. Quién sabe…
Las aves sin alas dejarían de ser libres… Claro que, también en ellas cobijan su cabeza y la de los suyos y no deben de estar tan mal…
S.
Fotografías:
Imagen 1
S.
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