Qué bien

Qué bien haber podido descubrirlo, por lo que tantas veces fue y por todas las que será. Por volverme tan loca como para perder la razón, hacerme escapar y burlar las normas. Por encontrarnos. Qué bien haberme enseñado a contemplar más allá de una mirada, conocer el sabor de los besos a escondidas y por aquellos otros, tantas veces dados sin tapujos. Qué bien haber aprendido a pintarnos el cuerpo desnudo, con las yemas de los dedos, repasando cada surco. Qué bien haber dicho “te quiero” y haberlo escuchado después. Qué bien la magia de haber bailado muy lento y sentido tantos abrazos fuertes, tantos reencuentros. Qué bien haber dormido acompañada con su olor impregnado entre las sábanas. Qué bien haberme hecho saltar por la ventana, bajo la noche oscura, y volver antes de que se enterara el sol. Qué bien haberme mecido con las olas y saborear la sal sobre la piel. Qué bien haber sido valiente y atreverme a correr tras él, que me callaran con besos y haberle ganado el puso a los contras. Qué bien ser una soñadora y no pensar dejar de serlo, haber jugado al escondite y no haber sido descubiertos. Qué bien haber vivido los nervios y llegar a sentir el personaje de todas las canciones y tantas otras historias. Qué bien todos aquellos mensajes antes de dormir, cada despertar y el recuerdo del sonido de las carcajadas. Qué bien aquellos viajes, aquellos atardeceres y haber hecho tantas locuras. Qué bien los amores de verano, los de la niñez, los besos cortos y fugaces, siempre intensos, aquellos platónicos, qué bien el primer amor, qué bien perder la cuenta, también los predestinados al fracaso, los de adolescencia y algunos otros más sensatos.


​Qué bien el amor cuando es libre. Qué bien el amor cuando se siente, mejor cuando se expresa. Qué bien ser una gran enamoradiza, qué bien haber sentido todo, qué bien haber sentido tanto.

S.


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