Preparaba la maleta entre prisas y nervios, siempre a última hora, como todo lo que hacía... Ella, que llevaba cuatro meses fuera, lejos. La voz de su madre resonaba en su cabeza diciendo que se acordara de las botas altas, de la chaqueta negra y del pasaporte que, aunque no lo necesitara, nunca se sabía lo que podía pasar.
Esos cuatro meses habían sido buenos y malos, todo tiene sus dos caras. Habían sido toda una experiencia, llevaba siéndolo tres años. Un continuo ir y venir, una rutina intermitente de volver a casa que se activaba cada vez que llegaban las vacaciones; navidades, pascua, verano y vuelta a empezar. "Uno no sabe lo que tiene hasta que se va"; pensaba.
Pero quedaban exactamente catorce horas para volar, para estar con los suyos. Esa noche apenas podía dormir, los nervios invadían su cuerpo de la misma forma que el sueño se ausentaba. Y al levantarse, volvieron las prisas y el estrés sólo de pensar en todo lo que le esperaba; autobuses, trenes, aviones, coches y más trenes. Compra billete, sube, baja, “cuidado con mi maleta”, "dónde he dejado el DNI", bolsillo derecho vacío, en el izquierdo; chicles y un clínex. “¡Pasaporte, pasaporte, pasaporte, bolsillo pequeño de la maleta!”; volvía a gritar la voz de su madre en su cabeza. "Uffff… ¡benditas madres!"; pensaba en voz alta.
Pero quedaban exactamente catorce horas para volar, para estar con los suyos. Esa noche apenas podía dormir, los nervios invadían su cuerpo de la misma forma que el sueño se ausentaba. Y al levantarse, volvieron las prisas y el estrés sólo de pensar en todo lo que le esperaba; autobuses, trenes, aviones, coches y más trenes. Compra billete, sube, baja, “cuidado con mi maleta”, "dónde he dejado el DNI", bolsillo derecho vacío, en el izquierdo; chicles y un clínex. “¡Pasaporte, pasaporte, pasaporte, bolsillo pequeño de la maleta!”; volvía a gritar la voz de su madre en su cabeza. "Uffff… ¡benditas madres!"; pensaba en voz alta.
Libro, música y mil movimientos imposibles para encontrar la postura exacta con la que poder dormir en un asiento, donde el espacio es menor al medio metro cuadrado, sin babearle el hombro al de al lado. –Nota mental: ser rica y dejar de viajar en vuelos low cost– Y después de haberse levantado a las seis de la mañana (hora británica), R. pisaba su tierra natal sobre las doce (hora española). Estaba exhausta, pero al abrir la puerta, la ilusión y la más grande de las sonrisas invadieron su estado de ánimo y tuvo claro que nada había cambiado. Todo estaba como lo había dejado, en su sitio. Lo único distinto era el árbol de navidad que se intuía por el reflejo de las luces que se vislumbraban entre los cristales de la puerta del salón, pero no fue hasta que cerró los ojos cuando verdaderamente supo que había llegado. Aquel olor característico, imposible de describir. Aquel aroma resultado de un sinfín de olores mezclados que conseguían el de siempre, el de casa.
Y lo mejor aun estaba por llegar, soltar la maleta y correr para que cuatro cuerpos se chocaran entre sí y se fundieran en los abrazos y besos más ansiados entre ella y los más suyos, eso sí era volver. Y aun quedaban muchas cosas buenas, muchos más abrazos, muchos días por delante para poder ver a la gente, a la suya. Días de ir y venir, de comprar regalos, de escuchar villancicos y brindar. Días de cantar todas en el coche, cada cual peor, por las carreteras de siempre, para hacer lo de siempre que, a veces, es lo mejor. Días de ver nevar por la ventana, de calentarse en la estufa hasta quedarse dormida y de volver a soñar en la mejor cama del mundo; en la suya. Esa que nadie ocupa y que la espera y esperará el tiempo que haga falta. Fueron o serían los mejores días, días de estar en casa…
S.